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domingo, 19 de julio de 2009







Esposa y sirvienta son lo mismo,pues sólo se diferencian en el nombre,cuando del fatal anillo surge un abismo;que nada, nada puede separar.Cuando ella obedece la solemne palabra,que el hombre en ley suprema ha formulado,todo lo amable queda entonces sepultado,y sólo permanece la posesión, y el orgullo.Feroz como un príncipe oriental, él crece,revelando al fin toda su soberbia innata.Para mirar, reír o hablar,sus votos no lo sujetan,pero a ella, a una infinita soledad la condenan,resignando para siempre toda libertad.Así será gobernada bajo su mando,temiendo a su esposo como a una deidad.A él debe obedecer, a él debe servir,sin jamás actuar, sin jamás decir;hasta que en su arrogancia repose, confiado,dueño del poder, sobre un panteón adorado.Evitad, dulces doncellas, aquel indeseable estado,y toda esa adoración que supura odio.Valoraos a ustedes mismas, y despreciad a los galanes.Recordad que si sois orgullosas, seréis sabias;